Conquistando al Dragón. Imponente, su cabeza casi siempre oculta entre los vapores que emanan de su boca, a sus pies se alzan numerosos pueblos que lo veneran como el soberano de la región, le rinden tributo, con cantos, otros sin embargo tratan de destruirlo arrancado las escamas verdes y azules que cubren su cuerpo, mermando la belleza de sus formas.
Por eso este espécimen decidió salir de su cubil oscuro y profundo para rendir homenaje a la majestuosidad que impone el Dragón, y lleno de ilusiones marchó hasta la cima con el fin de susurrar al oído de la bestia y proclamar su belleza a los vientos que nacen en su cumbre.
Así, armado con una gran mochila de explorador, un puñal y muchas ganas partí en compañía de otros de mi especie a recorrer caminos sinuosos y ascendentes en busca del espíritu del Dragón. La subida fue dura, primero entre bosquecillos, luego a través de empinados e interminables potreros, hasta que por fin llegamos a una choza perdida en medio de un gran potrero y cercada a lo lejos por un denso muro verde que ocultaba la cima. Fui el último en llegar y cuando lo hice mi cuerpo ya había agotado hacía muchos metros abajo las reservas energéticas que contenía, llegué, sí, pero casi no, creo que debo ponerme en mejor condición y dejar de reposar pensamientos en mi madriguera.
Arriba la vista era espectacular, la frente el cantón de Acosta y la región Santos-Caraigres, más allá los cerros de Escazú ocultaban San José, pero dejaban ver los lejanos cerros de Heredia y las cubres del Irazú. La choza sería nuestra base por una noche, al día siguiente emprenderíamos camino hasta llegar a la cumbre y ahí establecer nuevamente el campamento. La primera noche comimos corazón, ya se que suena salvaje y eso mismo expresé cuando me lo dijeron – ¡Corazón! ¿Eso se come? – pero ni modo, siempre que uno va de campamento va dispuesto a comer lo que sea, y la sopa de corazón supo rico más con el frío que hacía en el sitio.
Durante la noche tod@s acurrucados en una mismo sitio, el pensamiento era unánime, este techo se va a despejar y si no lo hace la choza entera va a salir volando debido al viento y hacer lo de Dorothy en el Mago de Oz, caer sobre una bruja residente de un país mágico, o por lo menos sobre la torre de la iglesia de Acosta que se veía allá abajo, pero amaneció y la choza de tablones aún estaba en su sitio.
Se decidió que no se iba a poner el campamento en la cima, pues el viento seguramente se llevaría las tiendas para hacer un espectáculo de parapente con ellas, y entonces si pasaríamos una noche bien fría, la opción fue que emprenderíamos camino hasta la cima, haríamos ahí el almuerzo y después volveríamos a la casita a pasar nuevamente la noche. Sin duda esta etapa del acenso fue la que más me gustó, caminábamos ahora entre una densa selva, abriendo paso entre las lianas y troncos caídos, hasta que de pronto se abrió un claro en la vegetación y también en el suelo, a unos centímetros de mis pies se iniciaba un gran despeñadero que se perdía entre las rocas del fondo, encontramos un trillo que trazaba su camino hacia el Este bordeando el barranco y lo seguimos hasta que murió en un pequeño claro entre arbustos, muy diferentes a los grandes árboles del bosque primario del que veníamos, el cambio en la vegetación era curioso pues ambos tipos se encontraban prácticamente a la misma altura 2500 m.s.n.m. En medio del claro se cocinaron unos deliciosos macarrones y un poco más allá se podía apreciar las tierras que se deslizaban al otro lado del Cerro Dragón, otra hermosa vista, en la que el cielo era surcado por una pareja de gavilanes, lástima que las nubes no permitieran ver mucho más lejos.
Bajamos a la choza, en la noche descendió por mi garganta todo el licor que me quedaba, la fogata crepitaba, mi cuerpo sobre el pasto deseaba volar y unirse con las grandes nubes que sin cesar pasaban sobre nuestras cabezas. En mis oídos susurraba una canción:
“Sé que existe un lugar mas allá entre las estrellas
donde nacen los versos que yo nunca pude encontrar,
donde el alma de a luz, y al parir de ella nazcan besos
con labios de esperanza, yo creo en ti, creo en mí.
Sé que existe un lugar donde hallar un beso perdido,
donde nacen los sueños y maman oportunidad.
Donde hacerte el amor sea morir dentro de tu cuerpo,
creo en una caricia, creo que existe ese lugar.
Creo en la pasión ella es mi voz,
creo que al final te encontraré.”
¿Que puedo decir? ¡¡Estoy vivo!! Y no necesito nada más para ser feliz. Estaba ebrio, sí, pero también consiente que el espíritu del Cerro Dragón me había encontrado y eso bastaba para mí.
Al día siguiente regresamos a Madrigolandia felices de haber conquistado al Dragón. Ahora cada vez que escucho con atención “Creo - La Voz Dormida. Parte II” de Mägo de Oz, vuelvo a aquel momento y sé que en la vida hay mucho por lo que sonreír. ¡Animo!, sonríe y trata de tener un lindo vivir.