lunes, junio 05, 2006

Arteria viviente de la capital


Un momento y nada más

Arteria viviente de la capital, cada glóbulo es un alma, todos juntos llevan pensamientos, emociones, miserias, penurias, ilusiones y depravaciones, todos vitales todos triviales, sólo los llevan y luego los dejan caer, como el papel que se lleva el viento, ondula, vuela, canta y silva para al final caer en aguas negras, en medio de mierdas, en medio de nada, pisoteado, manchado, olvidado.

Me alejo de la vía, busco reposo, las bancas están llenas, una llovizna se deja caer desde el cielo, sin duda el estornudo de una nube gris y gorda, que estática me mira desde arriba y dice –mira, ya abrí un espacio, aprovéchalo –las personas de las bancas buscan refugio bajo un alero. Sonrió, sentado en un amplio poyo ahora estoy casi solo, saco un libro recién comprado, lo huelo, me encanta el olor de un libro nuevo, lo vuelvo a oler, es una adición para mí, líneas de coca, páginas vírgenes, ambas blancas, ambas incitando al olfato. La llovizna persiste, se hace más fuerte, saco un cigarro, lo coloco entre mis labios, lo enciendo, inspiro, humo y menta, expiro, gris y humo, alcanzo a leer el prólogo, el agua hace mella en las baratas páginas de papel periódico, guardo el libro, ahora minúsculas gotitas de lluvia cubren mis ropas, les doy la cara y me tocan las mejillas, cada vez son más grandes, empañan mis lentes, se mezclan con el humo, una última bocanada, termino, el momento pasa, soy de nuevo uno más.

La Plaza de la Cultura se vuelve turbia, alcanzo a oír el chirrido de unas piedras mágicas que un ambulante arroja hacia arriba

Me levanto, yo también tengo que refugiarme bajo los aleros.

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