martes, agosto 15, 2006

Añoranza

Son las 23:10. Un susurro, como una muy lejana orquesta de chicharras llena mi cabeza. La luz blanca, los trajes blancos, el piso blanco, las sabanas blancas, el ruido blanco, todo parece como mágico. Un mágico blanco.

La piel blanca de mi abuelo combina con su blanca bata, solo yo parezco desentonar la blanca melodía que recorre al hospital.

Él está de espaldas a mí, le oigo murmurar frases ininteligibles que narran tiempos pasados, frases que huelen a bueyes y a carretas, a barro y sudor, a cogidas de café. Tose, vuelve a toser, le acerco un recipiente para que escupa, otra vez está dormido.

El tiempo se detiene y los días pasan de prisa marcado por el ritmo de las luces que se apagan y encienden de habitación en habitación. Desde afuera el hospital se debe de ver como una gran serie intermitente de luces navideñas que centellean llevando el ritmo de algún villancico.

Tic.

La luz se desvanece y ahora escribo a oscuras, no me preocupa, sé que enseguida alguien vendrá y se hará de nuevo la luz. Tic, ya ésta, el cubículo vecino se ilumina, un enfermero toma la temperatura de los pacientes, tic, otra vez a oscuras, mi abuelo batalla con su pañal, se lo acomodo y descansa, ahora está acostado de lado viendo hacia mí.

En la penumbra veo su rostro marcado por el tiempo, pesados parados cubren sus ojos. Tiene una nariz grande, hace juego con sus caídas y arrugadas mejillas, murmulla de nuevo. Acaricio su brazo, flácido y plástico, recuerdo de lo que una vez fue, un brazo que a punta de machete pagó el estudio de sus quince hijos, gracias a él mi madre es enfermera profesional y mis tíos y tías abogados, profesores, amas de casa, ingenieros, comerciantes, políticos, maestros. Pero más importante que eso, mi abuelo y abuela les dieron a sus hijos algo que ningún estudio da, enseñaron integridad y valores, los mismos que mi madre me a transmitido y de los que espero ser un digno portador, pues si algo me a mostrado mi abuelo es que en esta vida se puede ser un buen hombre y eso vale mucho más que lo que cualquier otro me pueda enseñar.


Se mueve, se quita la camisa, se la pongo, su ropa interior huele a amoniaco, lo cambio. Acaricio su pecho, no puedo evitar que una lágrima asome a ayudarme.

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