lunes, julio 30, 2007

Los seres del refrigerador

Dulcemente, asombrada, casi ritualmente deslizó el cuchillo.

No era el hecho de comer lo que la incitaba, su vicio no era impulsado solamente por el hambre. Era abrir el refrigerador lo que la extasiaba. Levantarse, salir del cuarto y sigilosamente deslizarse hasta la cocina. No prendía ninguna luz, sabía el camino de memoria, es más si la luz de la cocina estaba encendida la apagaba molesta. Era entonces cuando lo veía, ahí en la oscuridad, quieto, ancho y largo, el reflejo metálico de la superficie la invitaba a abrir la puerta e invocar, mágicamente, el cono de luz que provenía del interior del aparato. Primero jalaba suave, comprobando la integridad de los imanes, después iba ejerciendo más y más fuerza, hasta que la fuerza magnética era superada por la fuerza de su mano, entonces jugaba nerviosa determinando el punto exacto en que la luz del refrigerador se encendía, probando la sensibilidad del interruptor y vigilando que no asomaran los espectros.

Para ella, la luz que se escurría entonces por las rendijas de la puerta entreabierta en medio de aquella oscuridad, era algo mágico, un portal a otro mundo. Un sitio frío y desolado donde habitaba él. Después con las manos temblando abría totalmente las compuertas del refrigerador y corría a ocultarse tras el desayunador, rogando que el monstruo huyera al ver la luz. Esperaba con la respiración agitada hasta que el vapor se desvaneciera, síntoma incuestionable de la presencia de próxima de aquel ser. Le aterraba ver ese vaho, iluminado desde el interior, descendiendo del refrigerador, esparciéndose por el suelo, tomando formas fantasmales que iluminaban toda la habitación. Espectros de luz y niebla. Era el castigo por tomar una pequeña merienda nocturna.

Al rato, superando su miedo, se acercaba lentamente, metiendo su cara dentro del haz de luz, primero con media cara iluminada lo buscaba perpleja, esperando no verlo, después inundaba todo su cuerpo en la luz blanca que provenía del artefacto. Buscaba rápida y detalladamente que comer, los finos y claros vellos de sus pequeños brazos se erizaban uno a uno al contacto con la fría superficie del metal que cubría los pasteles y postres, sacaba lo necesario para suplir su apetito y rápidamente cerraba la compuerta, no fuera que al monstruo se le ocurriera volver y la apresara.